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martes, 4 de marzo de 2008

POR LOS PELOS.


La peluca de Don Serafín era de importación, de tacto fino y brillos caoba. Disimulaba perfectamente su calva pulcrosa. No tenía nada que ver con los pelucones de los obreros de su fábrica. Don Serafín solo seguía un requisito para contratar a sus empleados, que fueran calvos y llevaran peluca. Quería hacer del postizo capilar una moda. Estaba orgulloso del aspecto que le daba a su cabeza y de lo bien que se agarraba a la cocorota. Nadie se atrevía a decir, aunque la mayoría lo pensaba al verlo circular entre la maquinas de la imprenta, que aquel injerto que se colocaba estaba mas mal traído, que las bienaventuranzas en boca de un psicópata.
- Esa pasta está mal hecha, te dije color sepia, el margen mas pequeño y la letra gótica -Meneando el flequillín con chulería desafiante.
El secreto más guardado y deseado de todo la editorial, desde los de seguridad hasta los paginadores, cuando Don Serafín se ponía extremadamente puntilloso, era arrancarle de cuajo la fregona que llevaba en la cabeza, tirarla al suelo, pisarla y volvérsela a poner. Fatalmente ninguno de los empleados se atrevía, cosa que les causaba tremenda alienación y tristeza. Para mas colmo, tenía la manía de criticar las pelucas de los demás, de sobarlas con su mano gruesa, dando palmaditas como si acariciase a un perro.


- No está mal, quizá un poco áspera, pero bien rematada- terminando con la misma frase- Como la mía ninguna.


Pobre de aquel que fuera encontrado sin el cubre cabezas, aquel se comía todas las culebras de la fábrica, me refiero a todo el odio y rencor de Don Serafín. Aquello no podía ser más humillante, bronca publica, lapidación de insultos, libros arrojados a la cara del ofensor y el patrón rojo como los chorizos mas picantes, convertido en una mole sebosa de nervios incontrolados.


- ¡No sabe guardar la imagen de la compañía! ¡DESPEDIDO!


El último libro publicado, uno de gran formato, lleno de gráficas y de letra minúscula, con breve nota biográfica y foto de su autor al dorso; un señorón de bigote espeso y con pelucón un poco menos brillante que el de Don Serafín, había producido un autentico plan de reconversión en la empresa. Nada menos que cinco despidos de los treinta trabajadores de la plantilla.


Una tarde del mes de febrero en la que el señorón estaba especialmente escocido, dando con el paraguas en las pantorrillas de cualquiera, por los motivos más burdos, el de la planta de reciclado no lo soportó más.


- A por él.


Un revuelo de júbilo invadió la sala de maquinas, finalmente alguien se atrevía a enfrentarse al opresor. Cuatro o cinco secundaron la invitación, se arrojaron sobre él y le hicieron rodar como un balón de playa torpe y espeso, mientras el resto suplicaba que le arrancaran el pelucón, al principio como un mero pensamiento, pero después a gritos.


- Arrarcarle el felpudo de la mocha.
- Eso, eso, y orinarlo después.


A la quinta vuelta por las frías baldosas se la habían birlado y en procesión acudían los ladrones prestos a la maquina cortadora de papel. Todo ello rodeado de vítores y hurras. En lo que no reparó ninguno de los presentes es en que Don Serafín no se levantaba. Unicamente intentaban acabar con aquel símbolo de opresión empresarial, se escucharon alabanzas chilladas a Marx y a Bakunin, a tiempo que, con suma facilidad, la cuchilla precisa cortaba por la mitad, el preciado, hasta ese momento, integro, orgullo peludo de Don Serafín, pero todavía prosiguió la revolución entre Igualités, Libertés y Fraternités. En tromba acudieron con los dos trozos defenestrados, uno lo llevaba el de reciclado y otro la secretaria, que al oír fiesta se había asomado a la fábrica, y los arrojaron en la cola mal olorosa y amarillenta, les dieron dos o tres vueltas de palo y se los pusieron al patrón en la cabeza. La gran carcajada que produjo aquello se interrumpió al ver que el burlado no se movía. Permanecía estático en el suelo, todo rojo y con la boca semiabierta, por eso señoría, por la mala fe de Don Serafín, por la falta de intención de los trabajadores, le pido señor juez, que no nos ponga más que una condena mínima, ya que ninguno podía preveer que el pobre difunto iba a sufrir un ataque cardiaco. Fue solo una ofuscación momentánea, un desliz fruto del estrés laboral y una broma que no pretendía llegar a ese resultado. No nos condene por asesinato, se lo ruego.

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