Ilustra: Clara Varela                        Proyecto:  http://escribemeunailustracion.blogspot.com/ 
Adelina  se pasaba horas enteras mirando el cactus. Cada púa era un recuerdo.  Amaba aquella planta porque le recordaba su vida. Con muy poco se puede  existir y dar frutos rojos. Hablaba con ella por señas, la saludaba al  amanecer, compartía el mismo aire. 
Escondía la mano derecha dentro de la  manga larga del jersey de Lana. En su mano cerrada, guardaba Adelina un  anillo de oro de una boda que no llego a celebrarse. Lo apretaba tan  fuerte que le entraba un quejido en el corazón. 
¿Podrían  casarse una mujer y un cactus? Tal vez si ella permaneciera quieta  podría echar raíces, volverse verde, echar espinas y crecer hasta  entrelazarse. Ella amaba aquella inmovilidad plácida, el sol, la lluvia y  la brisa helada.
El  cactus tuvo un pensamiento, que viene a ser, un endurecer de agujas.  Quería abrazarla, caminar, tomarla de la mano, quitarse las espinas y  flotar sobre su piel suave. Creyó que si se dejaba mover por el viento y  hacía menos fuerza en la raíz, le saldrían piernas y manos. 
Se  miraron durante semanas. Ella impasiblemente sonriente y él cada vez  más agitado por los elementos, menos arraigado. En un golpe de vendaval,  Arrebato, el cactus, se dejó caer sobre los labios de la chica. Las  espinas hicieron sangre en las comisuras de Adelina. Arrojó  por  reflejo a su compañero vegetal al suelo y se puso a llorarlo histérica.  No se atrevía a tocarlo, ahora que había probado su dolor ¿Qué se podía  esperar del amor de un cáctus? Pero echaba de menos su armonía y su  porte esbelto. 
Arrebato,  ácido y caído, aflojaba sus espinas. Nunca esperó que un beso hiciera  tanto daño. No tenía piernas, ni brazos. Aceptó con resignación su  muerte. Adelina, al verlo tieso lo regó con lágrimas. Acercaba las manos  para tocarlo pero no se atrevía. Cansada arrojó el anillo escondido a  la Aurora hermosa de primavera. Adelina prometía no volver a amar en la  vida. Sus corazones se habían secado.
De  pronto las nubes rojas se agitaron y empezó a llover con rabia. El agua  que caía bañó a los dos enamorados. De los rizomas muertos de Arrebato  nacieron piernas, cuerpo, cuernos y pelo suave. Un hermoso corzo donde  antes hubo planta. Ella se fue encorvando, llenándose de piel peluda,  alargando la boca en morro y pintando sus ojos de negro tierno. Se  convirtió en una corza libre. Los dos se olieron, se acariciaron,  saltaron bajo los rayos y los truenos. Recorrieron enamorados el bosque y  la tormenta. 
El  sol salió. Llevaba alrededor de sus rayos un anillo de boda. Adelina y  Arrebato vivieron felices para siempre. Por fin al mismo nivel, cosa  necesaria para amarse. Los ruiseñores cantaban.
Conoce a la ilustradora
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Web:
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Ya te he dejado mi comentario en la página de Clara pero te lo repito. Genial.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy bueno, has desplegado todas tus armas imaginativas y narrativas en este cuento. Se nota que en estos contextos y medidas te mueves bien. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias Torcuato por tu comentario nuevamente.
ResponderEliminarMaite, el dibujo me hizo volar ¿Qué pidía mirar ella? ¿Por qué guardaba la mano? El resto echarse a volar y quitar espinas. Un gran abrazo para ti.
Preciosísimo Manuel!!!
ResponderEliminarHa sido un placer, una delicia, pasar por tu blog.
Besos
El párrafo fina, acertadísimo. El resto del relato, precioso.
ResponderEliminarMalena gracias una vez más por la visita y por el comentario.
ResponderEliminarPatricia Me alegra que te gustara pasar por mi blog. Esta es tu casa virtual.
ResponderEliminar¡Qué gran imaginación! Es un cuento precioso. Me encanta.
ResponderEliminarSaludos
MJ Me alegro que te guste el cuento y que te parezca imaginativo.
ResponderEliminarLo leí en escríbeme una ilustración, es un cuento mágico y delicado. Me encanta.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegra que te gustase.
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