martes, 22 de junio de 2010

No dejo se soñar... Alfonso Salas.


Os cuelgo un video de Alfonso Salas, para que lo disfrutéis. Desde que lo conozco y ya van unos años. Él e Irene, no han dejado de soñar, algunos entendidos dicen, que pronto les crecerán las alas y volarán más allá de las nubes. Pero sus alas no serán de cera, como las de Ícaro y Dédalo, las suyas durarán una vida entera, una eternidad, mil universos... Abrazos para ellos. Gracias por enseñarme a soñar y a volar.

http://abmp3.com/download/4176969-no-dejo-de-so-ar.html

jueves, 17 de junio de 2010

Un cuento de Tolstoi.

El origen del Mal
León Tolstoi

En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
-El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?", nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?" Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.
-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer.
-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:
-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.

domingo, 13 de junio de 2010

Silencio de mar.

El barquito en la bahía mecía las olas lento
y un calamar contento su estela seguía.
Las gaviotas iban y venían. Se perseguían chillonas
y una niña gandulona en la playa se dormía.


Despertarla quería la estrella de mar:
“Marinero toca la sirena que la niña de la arena
me tiene que mirar”.
Pero el navegante despistado no escucho aquel recado
y la chiquitina pudo reposar.

“Sueña serena y tranquila” sonrió el delfín resoplando
y desde su agujero cantando
murmuró la anguila:
“¡Qué se levante la haragana! ¿Va a estar así una semana?”.

Pero nadie lo podía evitar, por más que discutieran
no se iba a despertar.
Soplo el viento, se irritó el mejillón
castañeó el cangrejo y gruñó el tiburón:
“¡Qué alguien moje su cara para que no duerma la descarada!”
Pero no hubo manera: ¿Se echaría la siesta entera?

La tortuga viejecina viendo con ternura a su vecina
pidió silencio respetuoso:
¡Se callen todos coime!
Y muy despacito, pasito a pasito, se fue acercando a su verita
y cuando estuvo muy cerquita
¡Zas! La soltó un beso tieso pegadito a la mejilla.

El roce despertó a Filomena
y la nena miro la playa, a lo lejos se veía
el barco que salía…
de la bahía.



Portuguese Music. Dulce Pontes. Youtube.com

viernes, 11 de junio de 2010

PEQUEÑECES


Pequeñeces
chispas de satisfacción,
el milagro de la nuez
que no estaba hueca,
descolgar y oír tu voz,
un pedazo digno de pan
rico y sobre la mesa.

Menudencias
la conciencia tranquila,
andar calmo paseando
tranquilidad y dicha
en la violencia agitada
del triste hormiguero.

Cada cual apila su montón
unos de vanidad,
otros de oro,
aquel de soledad,
tú de silencio tenso
y me da por soplarlos todos
esparciendo en la brisa
penas, egos, batallas,
dudas, temores, fealdades,
miserias, violencia y desierto
para que el aire se los lleve.

Insignificancias.
la fragancia de la piel amada,
un balón rodando en el patio,
el rabo de un perrillo vagabundo
que baila al ritmo de tu risa
y la lisa templanza azul
del cielo alto de otoño.

¿Qué puede haber más grande?